El CO₂ tiene mucha capacidad para atrapar la energía (calor) de las radiaciones que llegan del sol, por lo que contribuye al llamado «efecto invernadero». Los estudios de Arrhenius llevaron al premio Nobel sueco a postular que si las emisiones de dicho gas aumentaran sería posible que en un futuro en los países del norte de Europa se «disfrutara» de un clima Mediterráneo.

Esta predicción podría llegar a hacerse realidad. En los últimos 200 años, las emisiones de CO₂ fruto del uso de combustibles fósiles han ocasionado un incremento grande de la concentración de CO₂ atmosférico. En paralelo, la temperatura media en la superficie del planeta ha subido significativamente. Sólo los recortes más drásticos de las emisiones de carbono a partir de ahora ayudarían a evitar un desastre medioambiental.

Como no parece que vayamos a prescindir pronto de los combustibles fósiles, se han propuesto una serie de medidas para limitar el aumento de CO₂ atmosférico. Entre las últimas destaca la captura y almacenamiento permanente de CO₂ como minerales (carbonatos). Este proceso ocurre de forma natural en rocas compuestas principalmente por silicatos de hierro y magnesio. Cuando este tipo de rocas se expone a la atmósfera, reacciona con el CO₂ transformándose en carbonatos.

Usando este proceso como inspiración, el CO₂ puede ser capturado mediante alteración y carbonatación de silicatos, no sólo naturales (rocas), sino también residuos industriales con alto contenido en Ca y Mg. Además, esto resuelve también el enorme problema medioambiental asociado con su eliminación o almacenamiento.